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viernes, 12 de mayo de 2017

¿Viejos de mierda o viejos fomes?

La última obra puesta en escena por la compañía de Coco Legrand queda en deuda, no por un guión que cumple bastante bien con un relato, sino por la absoluta desconexión con el público asistente en la sala. Los actores fueron aplaudidos, pero la sensación de que faltó chispa se respiraba en el ambiente.

Artículo preparado por Alejandro Pujá Campos,
presidente de Consumidores Asociados.

El pasado 9 de mayo de 2017 Coco Legrand, Jaime Vadell y Tomás Vidiella presentaron en el Teatro Regional de Rancagua la comedia "Viejos de mierda", una simpática obra que reproduce los diálogos de tres adultos mayores que coinciden en la espera para renovar la licencia de conducir.

Los tres actores, con la fortaleza de su larga trayectoria, demuestran su profesionalismo en el riguroso desarrollo, sin vacilaciones, de un guión que conocen al detalle. Sin embargo, es precisamente esta rigurosidad, quizás el temor de que no se les olvide el libreto, lo que aporta una rigidez que le quita encanto a la presentación. En lo individual, cada uno en su estilo, demostraron su gran oficio, nada que decir.

Como espectador nunca me sentí acogido, integrado al espectáculo, como es habitual en el teatro donde suele haber alguna interacción con el público, algún comentario de la contingencia nacional o particularidad local que hace que cada presentación tenga un sello distintivo. A ratos, parecía una película con actores de carne y hueso, incluso pensé que hacían un playback de los diálogos, todo era demasiado rígido.

Olvidaron estos grandes actores que el teatro es una actividad viva, que permite espacios de intimidad, confianza, entre todos aquellos que estamos bajo el mismo techo. Y la temática elegida para el guión lo permite fácilmente, pues la obra navega en las tristezas que trae una vejez que no se respeta, en un Chile que no está a la altura del envejecimiento de la población, tratando a los viejos como un estorbo.

Así, un gran tema, con un guión correcto, no alcanzó a maravillarnos, a extasiarnos, como tantas veces Legrand lo ha hecho con su humor incisivo y reflexivo, que como él mismo ha dicho, raspa los cachos.

La última obra puesta en escena por la compañía de Coco Legrand queda en deuda, no por un guión que cumple bastante bien con un relato, sino por la absoluta desconexión con el público asistente en la sala. Los actores fueron aplaudidos, pero la sensación de que faltó chispa se respiraba en el ambiente.

Faltó en esta obra el factor humano, hablar al público mirándolo a los ojos, con lo que el espectáculo sólo fue el correcto. El público siempre fue agradecido, rió lo suficiente, aplaudió el momento, la trayectoria y las canas, pero nada más. Estos actores no son unos viejos de mierda, son de lo mejor de nuestro teatro, pero en esta ocasión se quedaron como unos viejos algo fomes.

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