Una
nueva visita al Teatro Bohem terminó en forma desastrosa. En esta
ocasión, el grupo tributo a Queen, “A Band of magic” demostró que no se
necesita tocar mal para ofrecer un pésimo espectáculo, cuando se
descuidan los detalles técnicos como el volúmen general y la armonía
entre los instrumentos y el vocalista. Una tortura.
Además, la presencia de dos menores en un recinto en que se ofrece alcohol es una flagrante transgresión a la ley de alcoholes.
Está
vez no fue así. Y como en el Teatro Bohem ya han tenido suficiente
tiempo para corregir y mejorar, no seré benevolente en estas líneas.
Durante
enero, el Teatro Bohem tuvo una nutrida cartelera con diversas
presentaciones para distintos públicos y en distintos horarios, lo que
daba una señal de crecimiento. Cada actividad aparecía con una hora
asociada y la que elegí para disfrutar la noche del sábado 26 de enero fue el tributo a Queen, que se anunciaba a las 22 horas. Pues bien, como cualquiera que es ordenado intenté reservar vía chat de Facebook.
La reserva
Mi mensaje era claro: solicité mesa para dos. Más tarde, el administrador del chat me preguntó para cuántas personas era la reserva.
Ese detalle debió hacer saltar mis alarmas, pero confiado, pensando que
el administrador del chat estaba muy atareado, sólo me limité a
reiterarle la solicitud de mesa para dos. Nunca recibí confirmación de la reserva.
No obstante, como la vez anterior tampoco el chat había sido muy asertivo y la asistencia escasa, pensé en que bastaría llegar a una hora prudente para asegurar un lugar, para dos, como he dicho.
La llegada
Pues bien, a las 21:25 horas tocamos el timbre del local pues aunque restaba poco para la hora anunciada, las puertas de acceso estaban cerradas. Abre un encargado, preguntamos si habría función a las 22 horas y nos explica que "el teatro abría a las 22 horas", extrañamente a la misma hora anunciada para el inicio de la presentación musical. Tampoco podíamos ingresar pues estaban “arreglando”
el local. ¿A usted le había ocurrido algo así? ¿Ha llegado al Teatro
Regional de Rancagua, al Gran Arena Monticello o al Cinemark a una hora
prudente y se ha encontrado con las puertas cerradas y nada listo? Así
que quedamos obligados a ir a tomarnos un café cerca, para esperar la
apertura del Teatro Bohem.
Pasadas
las 22 horas estábamos de vuelta en el local. No permitiríamos que
algunos detalles logísticos nos privaran de disfrutar de un tributo a
Queen, así de optimistas y benevolentes estábamos. Con el mejor de los
ánimos, ingresamos, pagamos la entrada y preguntamos por nuestra reserva de la que nadie sabía nada. Pero como a esa hora el local era nuestro, elegimos mesa sin competencia.
Notamos
que eliminaron unas butacas de cine que tenían anteriormente frente al
escenario y las reemplazaron por pequeñas mesas para dos o tres
personas, luego mesas para cuatro y finalmente mesas circulares para más
personas. Buena idea.
La larga preparación del escenario
A esa hora, más de las 22, todavía estaban “arreglando el escenario”.
De hecho, parecía que recién habían empezado y terminaron poco antes de
la medianoche. Sí, casi dos horas para un teclado, una batería, un bajo
y una guitarra eléctrica. Menos mal que no se trataba de un concierto
sinfónico. Sin embargo, a esta demora se sumaba la estridente música
ambiental, lo que ya mostraba que no sería una jornada muy fina en lo
musical.
El paupérrimo menú
En
ese ambiente, a gritos, pedimos algo del exiguo menú del Teatro Bohem. A
diferencia de la vez anterior, en que el menú constaba en una hoja
manuscrita, ahora estaba impreso en dos hojas, pero igual de pobre que
antes.
Para
comer había cuatro alternativas: Chorrillana, quesadillas, una tabla de
cocktail y papas rústicas. La chorrillana y las papas rústicas las
descartamos de inmediato. Luego de aquellas papas fritas que chapoteaban
en aceite de la vez anterior, lo frito era un peligro. Así que para
evitar que la mano del cocinero nos arruinase el estómago, ya que los
parlantes nos estaban arruinando los oídos, optamos por lo que nos
pareció más inocuo: la tabla antipasto, compuesta de aceitunas, unos
quesitos locos por ahí, en cubitos, maní salado con pasas, los
antiecológicos y desabridos palmitos, unas rebanadas de salame, todo
acompañado por un par de salsas que calificaron con algo más de regular.
Para
beber optamos por un insípido jugo natural, como el agua, de chirimoya;
y un mojito, casi lo mejor de la noche. Posteriormente, una limonada,
que se suponía tenía menta y gengibre, terminaron de demostrar que en el Bohem la especialidad es la mediocridad.
Y, de repente, apareció el administrador
Como un detalle cómico, pasadas las 23 horas, el administrador del Facebook del teatro me pregunta por el chat si iríamos al tributo. Mi respuesta, en una actitud menos diplomática no se hizo esperar, señalándole que estabamos "desde
antes de las 22 horas. Golpeamos, nos dijeron que abrían a las 22, en
circunstancias que el tributo estaba anunciado a esa hora. Hemos sido
los primeros en ingresar, estamos en la mesa 46, pedimos para beber y
comer y ya estamos con las orejas como pailas, esperando. La verdad, la
experiencia es algo desilusionante. Ojalá la banda arregle la noche". Ese mensaje no causó reacción en el administrador, y tampoco el siguiente. Del administrador nunca más se supo.
Y
así dan las 12 de la noche. Hacía un rato que los músicos habían
terminado de instalar los instrumentos y parecía inminente el inicio,
siempre acompañados por la música ambiental, esa estridente, muy
inoportuna para compartir con la pareja o los amigos. A estas alturas,
ya dudábamos seriamente de los niveles de sentido común, buen criterio y
gusto de los dueños y administradores del recinto.
De pronto se apaga la música ambiental y aparece “A Band of magic”.
La ansiedad de que la banda arreglase la accidentada noche era enorme.
Apenas sonaron las primeras notas, la ansiedad desapareció, dando paso a
la neurosis. No tengo claro si mi neurosis era mayor por la cacofonía
que tuve que soportar, tapando mis oídos, que la que parece sufren los
miembros de la banda, con un vocalista que pretende cantar como Freddy
Mércury, lo que jamás hará.
El
espectáculo de "A Band of Magic" fue de una estridencia insoportable,
una ejecución con volúmen excesivo, con el micrófono del vocalista
saturado, con acoples constantes. Un grupo de primates, borrachos, lo hubiese hecho mejor.
Siendo
justos, la banda toca bien y el cantante se defiende. Sin embargo, los
desaciertos técnicos y el griterío del vocalista, eliminaron cualquier
atisbo de armonía, real musicalidad, categoría estética, como decía
Lafourcade, agregando que la banda estaba para kermese de colegio, y eso
es mucho decir.
Le
dimos un tiempo razonable para que ajustasen las perillas, aguantamos
hasta la pausa musical a la media hora, se cansan rápido los chicos, y
en ese momento, ya con la esperanza absolutamente perdida en que
mejorase el espectáculo, abandonamos el local, en un acto de
sobrevivencia, para no llegar sordos a la tercera edad.
Así,
con una serie de desaciertos, descriterio, total ausencia de un sentido
estético, musical, con una administración que ignora las normas de
publicidad e información que la ley del consumidor exige, además de
permitir menores en un local donde se vende alcohol, no queda más que
calificar al Teatro Bohem como lo peor que he sufrido alguna vez en un
recinto de esta especie.
Una nota uno es lo que se merecen en el Teatro Bohem ya que son tozudos, indolentes, no aprenden nunca.